Los que me conocen saben que busco y rebusco esos vinos desconocidos, de pequeñas bodegas, que en muchos casos son la expresión más pura de una pasión por la tierra y la vid, esos vinos que quedan lejos de los focos que te dan visibilidad en un mercado dominado por intereses que nada tienen que ver con la calidad del producto.
Este vino completamente desconocido para mí, que a continuación intentaré definir, procede de una zona en la que en los últimos años he descubierto vinos muy interesantes con una relación calidad precio excelente. Se trata de la Alpujarra almeriense, zona de valles y terrazas que descienden de Sierra Nevada.
Se trata de un vino no acogido a ninguna denominación de origen, ni indicación geográfica, detrás del cual se encuentra Víctor Clavería Barrabés, un economista aragonés, que decide aparcar las finanzas para adentrarse en el mundo del vino.
La meta que persigue y la filosofía que lo guía es:
“Quiero trabajar la viña, elaborar vino y crear mi bodega, y
aunque esté rodeado de Denominaciones de Origen, el clima y el tipo de suelos
son semejantes, es decir, cuento con los ingredientes necesarios para elaborar
un vino de calidad como cualquier otro.”
Para demostrar que en el mundo del vino lo realmente
importante es lo que hay dentro de la botella y no el envase, Víctor Clavería encontró el vino que se ajustaba a sus estándares de calidad para crear su
propia marca, Dominio del Fanfarrioso, que será la precursora para los futuros vinos de su bodega, en su pueblo familiar, Almunia de San Juan (Huesca).
Dominio del Fanfarrioso se elabora con 100% Tempranillo procedente de vides situadas entre 900 y 1500 metros de altitud. La crianza se lleva a cabo en barricas nuevas de roble americano por un periodo de 3-4 meses, con battonages quincenales.
Bien, dicho esto, vayamos a la descripción, siempre subjetiva, del vino.
A la vista es un vino que transmite sensaciones de juventud y frutosidad, color vivo que no alcanzo a definir, pero que se mueve entre rojo-magenta-rosa y que me recuerda mucho a algunos mostos recién prensados. Lágrima que tiñe la copa dibujando atractivas aguas.
En nariz, en un primer momento dominan las notas especiadas, pero la fruta roja madura acaba imponiéndose acompañada de una ligera cremosidad.
En boca es frutoso, goloso, con los taninos acabando de domarse y con un ligero amargor final, que lejos de ser un "pero", es una virtud, lo dota de equilibrio, haciendo de contrapeso a la frutosidad inicial.
Personalmente, donde me gana el vino, es aquí, en boca, donde logra mostrar su propio carácter y personalidad.
Si el objetivo de Víctor Clavería era encontrar un vino para disfrutar bebiéndolo, huyendo de complejidades, pero no por ello simple, podemos decir que lo ha conseguido. Es un vino que enamora por su característica y personal sencillez.
Chapeau!
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